domingo, 11 de julio de 2010

El Gato.

Hoy voy a escribir acerca de mi Muso. je je, no creo que le guste que le diga musa... Voy a escribir historias de mi adorado tormento.

Ya he comentado, que Mi Amor nació y se crió en el campo. Bien brutazo era, a pesar que si lo conocen, se encuentran con el caballero más encantador y refinado que se puedan imaginar. Pero lo que lo delata es ese eterno brillo en los ojos y su sonrisa amplia, coronada con dos preciosas margaritas. (hoyuelos para otros) que le dan esa picardía que uno goza y teme a la vez, porque es una inequívoca señal que se le ha ocurrido "algo brillante".
Arnoldo tiene más hitorias que las mismas mil y una noches. Pero hoy voy a contar mi favorita entre las favoritas.
Esto es más o menos así:

El Gato. Era su sobrenombre. Y vaya que bien puesto. Gato de campo. Güiña.
El Gatito, meloso, dulce, tierno, pero extraordinariamente hábil, astuto y rápido, ya tenía unos 17 o 18 años.
Se había convertido un un adolescente muy atractivo, y más aún, simpático. Era todo un Gato.

Era de noche. Luego de la fiesta, de pasarlo bien con sus amigos, decidieron terminarla de buena manera como es en el campo, con una  fogata para calentar la fría madrugada y amenizar las últimas historias que quedaban en el anecdotario. Curiosamente, habían quedado en parejas, y más casualmente aún, la chiquilla que despertaba el interés del Gatito tambíén se había quedado.
El todo un galán le había pasado su chaqueta gamulán para que no tuviera frío. Era parte del cortejo. Ella se sentía la reina del mundo.
Estaban en el parque de la casa de un gran amigo del Gato. Y cuando digo parque, imaginen bien un parque.
Rodeado de añosos y eternos árboles, pinos, robles, hasta araucarias, con un prado hermoso, un sendero entre el bosque que llevaba a una linda laguna, coronada con un llamativo puente que permitía de día observar los peces que vivían en ella. Flor de loto en los bordes daba el punto final de la armonía y belleza al lugar.
Era silencioso, especialmente de noche,  sentados en troncos, se oía silvar la brisa veraniega, los sapos que daban música y las chispas de la fogata que tomaba fuerza  y daba esa luz anaranjada a todos los chicos y que permitía al Gatito mirar a la chiquilla que le gustaba.
Tras de la laguna había una casa, que era parte de la propiedad de Juan, el dueño de casa, y se lograba ver con algo de esfuerzo corrales de animales más allá aún.
Bueno. Todo era romántico, El Gatito todo un anfitrión junto a su amigo, atento a las necesidades de las cortejadas. Conversaban felices entre los amigos cuando se escucha a las muchachas decir:
- mmm tengo hambre...  ....Horror para el galán!!! la niña tiene hambre!! ¿qué hacer? buscó entre sus bolsillos, y nada... no quedaba ningún rastro de chocolate ni nada comestible.. pero pensando que la casa de su amigo estaba ahí a unos metros y seguro algo encontraría... entonces dice como un caballero:

_¿ Tiene hambre? ¿Y qué le gustaría comer?

_mmm no sé, como un pollito asado.... mmmm

Decir en medio de la noche, en un parque, con todo el comercio  a kilómetros cerrado, que uno quiere pollo asado, es casi decir que quieres torta helada de merengue en un Safari en el Africa... o sea, un antojo.
Pero no sabía con la chichita que se curaba la niña antojada...
El Gato, como buen gato saltó en un segundo, le consulta a su amigo si podía ir a buscar algo a lo que el pobre Juan ni siquiera le puso atención, más concentrado en la chica que le tocaba a él, por lo que le dijo que hiciera lo que quisiera.
Dicho esto, Gatito saca el cuchillo que llevaba en el cinto, que dicho sea de paso jamás abandonaba, y sale disparado como en carrera de cien metros con una agilidad y rapidez  empuñando su cuchillo que los espectadores no lograban entender qué estaba sucediendo.
Se le vió ir hacia la casa tras la laguna, se le divisó saltar una cerca, se sintió un revoltijo como de gallinero y  logran ver en la oscuridad que vuelve el Gatito salvaje tirando el cogote de un pollo, con el cuchillo en los dientes y envuelto en un mar de plumas que volaban mientras el corría feliz, desplumando tan rápido ante la atónita mirada de los amigos, que cuando llega por fin a la fogata al lado de ellos el pollo que traía ya  estaba listo para abrirlo.
Con la maestría de un Cocodrilo Dundee, despresó el ave, lo puso ensartado en unas ramas y se dispuso a asarlo en el fuego de la fogata.
No les tengo que contar la cara que tenía la cortejada, que no podía creer lo que veía.
Si hasta Juan, que se sabía de memoria las barbaridades que hacia junto a su amigo, no atinaba a entender lo que estaba pasando..
Ante tanta expectación, se yergue el Gato cocinero y esgrime esa sonrisa  encantadora con el brillo eterno en sus ojitos tiernos, y con tanta alegría les dice a sus amigos:
¿quieren comer pollito asado?

jejeje... los años han pasado. Y me encanta recordar esta historia, porque la verdad, debo confesar, sigue igual. Su sonrisa maravillosa, sus ideas geniales y su eternas ganas de cortejarme están intactas.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Una hermosa historia!! Tan bonito que a pesar de los años aún tenga deseos de salir a "buscarte un pollito para asar". Sin duda ha de ser un gran homrbre este "Gato ahora civilizado". Y seguramente deben merecerse mutuamente. ¿Ya te dijeron que escribis tan bonito como pintas?
UN abrazo, Juan (Jpotatoe)

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